Y comenzó a derramarse, se esparcíó en toda su piel, un manto rojo cubría ahora su cuerpo desnudo. Débil, sin fuerzas quiso mover su mano. Al no responder, intentó en vano levantar una falange. Nada. Sus párpados abiertos descubrian esas fijas pupilas dilatadas, mirando el vacio. Su temperatura era inferior a la de cualquier otro ser. Sus labios marchitos ya no sentian aliento alguno. ¿Quién era? No había recuerdos ni olvido.
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